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La rebelión de Charles Deslondes

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A principios del s. XIX, en la “Costa Alemana” de Luisiana, una zona francófona que recibe el nombre de sus primeros colonos, las cosas son como son. Es el orden natural:  las plantaciones de caña de azúcar son el motor económico y los esclavos negros la mano de obra. Algo que un tal Charles Deslondes quiso cambiar.

Se supone que los africanos, tanto hombres como mujeres, estan más capacitados para soportar el calor y que, además, en el fondo son felices, amparados por sus amos. Tienen techo y comida y una vida sana en el campo, podría ser peor. Al menos tienen trabajo (era así, ¿no?).

Pero el 8 de enero de 1811, uno de esos esclavos, un mulato llamado Charles Deslondes, se sube a su caballo e inicia una marcha contra ese orden natural e inmutable. Tal vez sufriera una curiosa enfermedad, tal vez estaba hasta las narices, decidan ustedes.

Deslondes no está solo

A Deslondes le siguen unos cuantos más, armados con azadas, machetes de cortar caña y otros utensilios que han ido recopilando sigilosamente durante meses. En perfecta formación, con estandartes y un tambor marcando el paso, el ejército de esclavos se dirige hacia Nueva Orleans, mientras en el camino reclutan más esclavos liberados. Su objetivo era engrosar su ejército, tomar la ciudad e instaurar la primera república de hombres negros libres de Norteamérica.

Lo que las crónicas llamarán “actos asilados de bandidaje y pillaje” fue la mayor rebelión de esclavos de la historia de los Estados Unidos. A la espera de una película de Spielberg, hoy día el ejército de Deslondes sigue en una abandonada orilla de la historia oficial.

1811-German-Coast-Uprising

Desconozco si Charles Deslondes y sus soldados conocían aquello de Espartaco. Pero lo que seguro que sí inspira al líder de la rebelión son las revueltas de esclavos negros que empezaron en la parte francesa de la isla de Santo Domingo en 1791 y culminaron en el fin de la esclavitud y la independencia de Haití en 1804.

Más que nada porque él lo vivió. Charles había nacido esclavo en Haití, llegando a Luisiana como parte de las posesiones de su amo, que huye, como otros plantadores, de aquella isla maldita a una zona más civilizada que respete el sacrosanto derecho a la propiedad.

Ya en los Estados Unidos (aunque técnicamente Luisiana se integrará en 1812) Charles trabaja en la plantación de caña como capataz. En teoría es un trabajador obediente y disciplinado. Pero, como tantos otros emigrados de la zona, Deslondes ha estado demasiado expuesto al virus del sí se puede. En reuniones secretas, en los campos de caña, en las tabernas, en cualquiera de los escasos momentos de ocio, se va organizando durante meses una rebelión.

La marcha de la libertad

Ahora el nombre está un poco gastado, pero a lo de Charles Deslondes  sí puede llamársele una «marcha por la libertad«. Para los valientes de 1811 las formas son importantes. Ellos aspiran a ser un ejército y a seguir las reglas de la guerra entre caballeros, no una guerrilla clandestina.

Una vez están listos, ese 8 de enero, se convierten en un ejército a cara descubierta. Deslondes es considerado el jefe, pero en realidad hay 11 líderes en representación de los diferentes grupos étnicos que forman aquel improvisado ejército multicultural. La revuelta empieza en la plantación donde trabaja Deslondes, propiedad de Manuel André (también llamado Andry).

En el enfrentamiento André es herido y su hijo asesinado. Durante la marcha se queman un par de plantaciones y otro plantador, François Trepagnier, se convierte en la segunda y última víctima blanca de la rebelión.

us-slave-revolt-1811El plan es ir sumando efectivos en su camino hacía Nueva Orleans a la vez que se espera que la noticia ayude a la sublevación de los esclavos de dicha ciudad, que suministren armas de fuego a aquel batallón de machetes y palos. Al final se consigue reunir una fuerza de unas 200 personas, aunque hay quien la eleva a 300 e incluso 500.

La revuelta en Nueva Orleans nunca se produce y aquella marcha a cara descubierta lo que consigue es dar tiempo al enemigo. El 10 de enero la tropa de Deslondes se topa con un destacamento militar que había salido a su encuentro. A su espalda tiene una milicia formada por los plantadores blancos. Palos y machetes contra armas de fuego: fin del ejército de esclavos en poco más de media hora de enfrentamiento. Un desastre que acabó en masacre.

Represión y olvido

Entre la batalla, las persecuciones y los juicios sumarísimos posteriores, alrededor de 95 rebeldes son asesinados. Algunos son ahorcados en público, otros son decapitados y sus cabezas expuestas en picas a lo largo del río; como ejemplo de lo que es capaz de hacer el civilizador blanco cuando le tocas las propiedades. No se si es un consuelo, pero al menos esos 95 murieron como hombres libres.

Al resto no se les consideró responsables, habían sido coaccionados de alguna forma por Deslondes y el resto de líderes para unirse a la aventura y fueron devueltos a las plantaciones. Tampoco era cuestión de volverse loco: los esclavos valían una pasta y muertos o presos hacían perder competitividad a la economía de Luisiana. En defensa de la civilización y del imperio de la ley hay que añadir que los amos de los esclavos muertos fueron debidamente compensados por su pérdida. El esclavo salía a 300 dólares por cabeza.

Sobre el final de Charles Deslondes, que tenía 31 años en aquel momento, leo versiones diferentes. Unos dicen que tras el juicio fue fusilado y decapitado. Otros testimonios afirman que le cortaron las manos, le dispararon en ambas piernas y, todavía vivo, lo cubrieron de paja y lo quemaron.

New Orleans -234-2

Una represión salvaje contra una rebelión que a la postre había causado entre los blancos dos muertos y algunos daños materiales. Sospecho que en las tabernas de Nueva Orleans hubo más muertos esos días. Pero claro, estaba en juego el sistema de vida de los propietarios blancos, que necesitaban mantener en la esclavitud a una población que le superaba en 3 a 1. Al final no pudieron, y los hijos y nietos de aquellos esclavos consiguieron la abolición durante la Guerra de Secesión.

Estos hechos tuvieron cierto eco en el norte abolicionista, aunque se hizo todo lo posible por minimizarlos. A las autoridades no les interesaba que esos actos aislados de bandidaje y pillaje fueran un ejemplo, y tampoco que se hablara de la carnicería posterior. Con un puntapié disimulado se escondió bajo la cama la mayor revuelta de esclavos de los Estados Unidos, condenada a los márgenes de la historia oficial. Y ahí sigue.

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