Archivo de la etiqueta: siglo XX

Hertzko Haft, un boxeador en Auschwitz

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Su fuerza era un don. Pero nació judío en el peor lugar y en el peor momento para serlo. Su corpulencia y su carácter peleón le ayudaron a sobrevivir a puñetazos en Auschwitz. Con solo 15 años, “El Animal Judío de Jaworzno” servía de macabra diversión a los SS que organizaban algo parecido a combates de boxeo. Fueron 76 combates esquivando la muerte. Setenta y seis.

Hertzko Haft nació fuerte, muy fuerte. Cuenta en su biografía que a su madre se le cayó del vientre mientras lavaba. Él aterrizó de cabeza en el suelo. Tal vez sea leyenda, pero en el caso de que fuera cierto la vida fue sincera con Hertzko desde el principio. 

Su fuerza era un don. Pero nació judío en el peor lugar y en el peor momento para serlo. Su corpulencia y su carácter peleón le ayudaron a sobrevivir a puñetazos en Auschwitz. Con solo 15 años, “El Animal Judío de Jaworzno” servía de macabra diversión a los SS que organizaban algo parecido a combates de boxeo. Fueron 76 combates esquivando la muerte. Setenta y seis. 
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William Castle y el gimmick, todo por la audiencia

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William Castle era un niño cuando decidió que quería dedicarse a contar historias. Pero no historias ‘normales’, solo aquellas que causaran un gran impacto, que hicieran saltar a los espectadores de sus asientos. Su género, por tanto, iba a ser el terror.

Castle nunca consiguió llegar, ni de lejos, a la maestría de Hitchcock, un mago del tiempo y el espacio. Los trucos de Castle eran más evidentes, más rudimentarios. Y estaban, sobre todo, fuera de la pantalla. Lo suyo eran las performances en las salas de cine. Ahí sí triunfó y se hizo un nombre a finales de los 50 y principios de los 60: William Castle, el rey del Gimmick.

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Renate Müller, el ángel caído

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Durante un tiempo parecía que Renate Müller y Marlene Dietrich iban a tener vidas paralelas. Es obvio que no fue así. Seguro que no hay nadie que no tenga en la mente la imagen de la Dietrich y probablemente acaban de leer el nombre de Renate Müller por primera vez.

Marlene fue “El Ángel Azul”, huyó a Estados Unidos y se convirtió en uno de los iconos más famosos de la historia del cine. Renate Müller era, en aquel momento, tanto o más popular que Dietrich. Otra perfecta belleza aria. Renate se quedó, tuvo una carrera breve y acabó mal. Muy mal.

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El club de la sonrisa de Budapest

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En los años 30, Hungría, y en especial Budapest, era un sitio muy triste donde, al parecer, los suicidios habían aumentado de forma llamativa. A partir de ese hecho surgió una iniciativa curiosa, el llamado “Club de las sonrisas de Budapest”.

Con todo el mundo tapándose la boca con una máscara a causa del Covid no me he podido resistir a rescatar esta historia sobre la tristeza húngara, una canción que provoca el suicidio y una escuela que enseña a sonreír para superar la depresión.

Aviso: esta historia va de sonrisas, no se la tomen muy en serio. Igual hasta tiene truco al final.

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Ethel Gee, desde Dorset con amor

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El 7 de enero de 1961 la policía británica arrestaba a Ethel Gee. Ethel era una secretaria que en ese momento tenía 46 años y vivía modestamente en la isla de Portland, en Dorset. Una mujer gris que compartía habitación con su madre de 86 años, sin relaciones conocidas y con muy pocas amistades.

En el momento de su detención, en Londres, Ethel llevaba en su bolsa de la compra películas y fotografías de material clasificado, incluidos detalles del HMS Dreadnought, el primer submarino nuclear de Gran Bretaña; y su nuevo sistema de sónar.

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Van Meegeren, el arte y el comercio

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Han van Meegeren siempre quiso ser un pintor trascendente, dejar un legado. Y lo logró, aunque no exactamente como había imaginado en su juventud.

También gustó siempre de los placeres que proporciona el dinero, que no da la felicidad pero como diría Woody Allen “procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”.

Una definición que, seguro, hubiera sacado una sonrisa ancha a van Meegeren, un especialista en difuminar la línea entre lo auténtico y la copia. Porque van Meegeren ha pasado a la historia por su obra pictórica, solo que con una particularidad: pintaba y vendía sus cuadros como si fueran auténticos Vermeer.

Engañó a todo el mundo hasta que, para salvarse, tuvo que probar ante un tribunal que era un falsificador excepcional. ¿Cómo se quedan?

Más detalles, justo aquí abajo, en los siguientes párrafos.

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