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El artículo de Arturo Pérez-Reverte del pasado día 24 de octubre, “El perro de Rocroi” (en el que alude al cuadro que encabeza la entrada, de Augusto Ferrer-Dalmau) y el magnífico “Una historia de violencia” del 26 de septiembre, me han agarrado fuerte de la oreja y me han traído hasta el ordenador con dos reflexiones. La primera es evidente: ando un poco atrasado en mis lecturas. La segunda hace tiempo que la vengo barruntando, espoleada por algunos artículos y libros de Reverte y por otras lecturas varias sobre la historia de España. Algunas están a medias, otras solo empezadas; sobre algunas de estas historias leerán aquí si tienen la paciencia para seguir visitándome de vez en cuando. Roger de Flor, Cortés, Álvaro de Bazán, Blas de Lezo, Alvarado, Elcano, Juan de la Cosa, Núñez de Balboa y tantos más.
Hay buenas historias, para pasar solo un rato de aventuras o para que nos lleven un poco más allá de la diversión. ¿Y por qué no de gente que compartió éste país, nación, estado, lugar conmigo? Hablo de ficciones basadas en nuestra historia, como la serie de Alatriste, donde el autor nos cuenta una aventura dejándonos retazos de nuestra historia, de lo que somos. Y no salimos muy bien librados, dicho sea de paso. Pero también me refiero a la historia de verdad, a la más objetiva posible.
No se trata de glorificarlos ni de esconder su crueldad, megalomanía o arbitrariedad. Por el hecho de haber nacido en Las Españas no son mejores que otros que nacieron hablando otra lengua o profesando otra religión. Ni peores. ¿Por qué admirar los logros de Julio César o asombrarse por las dotes de Napoleón o Nelson y no de la increíble historia de la conquista de México por Cortés? Otros países lo hacen, recuerdan a sus héroes, supongo que con sus luces y sus sombras. Aquí simplemente se les silencia y se les ningunea. Estoy de acuerdo con el desaparecido Fernando Fernán Gómez cuando decía que, contrariamente al tópico, el pecado capital español no es la envidia, es el desprecio.
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