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Peter y Margaret, una historia de amor y ciencia

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Hoy toca una historia de amor, la de Peter y Margaret. Se conocieron en las Islas Vírgenes en 1964 y estuvieron conviviendo noche y día durante 10 semanas. En ese tiempo Peter se enamoró de Margaret. Pero la cosa no duró, el amor no prosperó por varios motivos. Tanto Peter como Margaret formaban parte de una investigación financiada por la NASA e ideada por el polémico neurocientífico John C. Lilly. El fin era explorar nuevas formas de comunicación con delfines.

El primer inconveniente  fue que la atracción de Peter por Margaret, la joven asistente del doctor Lilly, puso en peligro los resultados.

El segundo inconveniente es que Peter era uno de los delfines.

Llámalo amor o llámalo sexo (o ambas cosas), el caso es que el acoso de Peter y algún problemilla con el LSD acabaron con la paciencia y el dinero de la NASA para los delfines.

¿Y si enseñamos inglés a los delfines?

Vamos al principio de esta historia de amor, sexo, drogas y delfines. Todo empieza con el doctor John Cunningham Lilly: médico, neurocientífico, filósofo y escritor. Y psiconauta, como él mismo se definía. Un hijo de los años 60.

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John C. Lilly en 1977

Su carrera empieza de manera convencional, graduándose en medicina en 1942. Pero su paso por el ejército, para el que realiza varios trabajos, le hace interesarse por materias poco ortodoxas.

Primero investiga para la fuerza aérea la fisiología en grandes alturas. Más tarde se interesa por el psicoanálisis, la estructura cerebral y la conciencia. Idea el primer tanque de aislamiento sensorial (ya saben, aquello de la piscina insonorizada de agua salada que hemos visto en algunas pelis).

Ya en los 60, se mete de lleno en los estudios sobre los efectos del LSD y la ketaminaLos prueba él mismo, unas veces solo y otras en compañía de delfines, donde siente que entra en contacto con ellos y “participa en sus conversaciones”. De ahí le viene la idea de intentar comunicarse de una forma más natural con ellos. Los delfines tienen cerebros grandes, una viva inteligencia y la capacidad de imitar los patrones del habla humana.

¿Y si enseñamos inglés a un delfín? Se puso manos a la obra y convenció a la NASA. En aquella época los estudios sobre el lenguaje interesaban a todo el mundo. Y especialmente a la agencia espacial norteamericana, de cara a posibles comunicaciones con el espacio exterior.

La NASA le dio el dinero y Lilly empezó la investigación en un centro de las Islas Vírgenes. Un laboratorio-delfinario llamado “La Casa del Delfín. Pero como Lilly andaba siempre de viaje (las fuentes no aclaran si de avión o de tripi) deja el experimento de campo en manos de Margaret.

Peter y Margaret se conocen

Margaret Howe Lovatt era una joven de poco más de 20 años, sin conocimientos científicos pero con una gran amor por los delfines. Se entera de que cerca de su casa se está organizando un experimento con delfines y allí se presenta a echar una mano.

A pesar de su nula formación científica los investigadores valoran su predisposición, su aguda capacidad de observación y el buen entendimiento con los animales. En el delfinario, Margaret conoce a los tres sujetos del experimento: dos delfinas adultas, Sissy y Pamela; y uno adolescente, Peter.

Por aquella época se trabajaba mucho sobre la idea de que el lenguaje se trasmite desde la madre y que es muy importante la relación continua y afectiva. El problema es que Peter no miraba a Margaret precisamente como una madre.

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Pero no nos adelantemos. Tenemos a los tres delfines y a Margaret totalmente implicada con el reto de enseñarles a hablar inglés. Algo que, aunque considera factible, presupone un nivel de dificultad altísimo, por ejemplo para un español medio.

Eligen centrarse en Peter, el más joven de los tres. El problema es que tras las lecciones de la mañana, Peter vuelve con el resto de congéneres por la tarde. Eso le hace olvidarse de sus clases. Deciden apostar por la inmersión total: Margaret y Peter compartirían todo el día y estrecharían su relación.

Peter y Margaret se van a vivir juntos

 A tal efecto se idea un coqueto apartamento para ambos. Dos habitaciones y un balcón exterior, parcialmente inundados. Allí empiezan su convivencia en pareja seis días a la semana; el séptimo Peter se volvía al delfinario.

Margaret trabaja en un escritorio flotante y dispone de un camastro. Puede caminar por las habitaciones y, a la vez, Peter tiene suficiente agua para estar cómodo. Así pasan los días juntos, estudian, juegan, comen y duermen juntos.

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Peter empieza a hacer progresos imitando algunas palabras como one, we, play o hello, aunque no me queda claro si sabía el significado de las mismas. Lo que Peter sí sabía es que cada día Margaret le gustaba más. Él está convirtiéndose en un macho adulto y una cosa lleva a la otra. La historia más vieja del mundo: él insinuándose y ella dándole largas.

Los primeros acercamientos son delicados, pero poco a poco la frustración de Peter se va haciendo un poco más violenta, provocándole a Margaret algunos moratones.

Peter está muy confuso

Cada vez más excitado, Peter no atiende ni al hello, ni al one, ni al my tailor is rich ni nada. Solo tenía una idea fija. Todos los delfines son iguales. “Se frotaba una y otra vez contra mis piernas, hacía círculos a mi alrededor y estaba generalmente tan excitado que no podía controlar su actitud hacia mí”, explica Margaret en “The Girl Who Talked to Dolphins”, un documental de la BBC sobre el extraño experimento.

La solución es llevarlo con hembras de su especie para que se desfogue. Pero esto no acaba de gustar a los investigadores, ya que podían perderse los avances conseguidos en su aprendizaje del inglés. Así que lo vuelven a llevar al apartamento de Margaret.

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Tal vez eso es una nueva señal confusa para Peter, que vuelve a las andadas. Esta vez cambia de táctica y es más caballeroso, sin golpes de por medio. Aunque su estilo de cortejo yo no lo recomendaría: empezó a frotarse contra las piernas de la chica y a mostrarle sus genitales en plena erección. Cosas de delfines, supongo.

Con Peter en ese plan no había manera de enseñarle nada y Margaret no quería perder a su alumno.  Tal vez en un exceso de celo profesional, decide que lo que estaba pasando era “como un picor, solo hacía falta rascar para quitárselo de encima y seguir adelante” y le practica un trabajito manual para calmarlo.

Peter y Margaret se separan

Para Margaret no significó nada sexual y, según la profesora, la  táctica funcionó: pudieron volver a las lecciones. Pero el asunto trasciende y algunos medios empiezan a hablar del aspecto sexual del experimento. Eso, unido a la mala fama que el doctor Lilly estaba adquiriendo entre la comunidad científica –drogas psicodélicas incluidas– hizo que la NASA cortara el grifo a los 10 meses de iniciarse.

La separación fue triste para Margaret, pero aún peor para Peter. El delfín es trasladado a un acuario de Miami adonde se llevó su tristeza: nunca más vería a su amada. Su salud empeora y un día decide hundirse en el fondo del tanque y dejar de respirar. Los cuidadores dijeron que fue un suicidio. 

Una cosa es aprender inglés, que tampoco pudo, y otra las complejas relaciones humanas. El experimento quiso humanizar a Peter, pero se acercó tanto a los humanos que eso lo mató.

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