En estos días de recortes en educación, paqué tanta educación tanta educación, a mí me ha apetecido hablarles del inventor más prolífico de la historia de la ciencia española: Leonardo Torres Quevedo. Seguro que todos ustedes, amables lectores, lo conocen desde el colegio porque en un país con una educación por encima de nuestras posibilidades debe ser de estudio obligado, pero yo es que ni me enteré, lo he descubierto hace cuatro días.
Sobre la biografía de Torres Quevedo (Cantabria 1852 – Madrid 1936) no me extenderé, pueden consultar aquí. Solo quiero resaltar su etapa de formación fuera de España y que viviera de las rentas de una considerable fortuna durante toda su vida, lo que le permitía tener tiempo y dinero propio para sus investigaciones. Solo así se explica su dedicación a la ciencia en un país como España, cuyo slogan más acertado (más que el Spain is different) sería la sentencia de Unamuno: ¡que inventen ellos! Y seguimos perseverando en la actitud, aunque ahora somos más rebuscados: formamos a los jóvenes en universidades españolas, los exportamos a golpe de paro para que una vez inventen cosas podamos comprar la tecnología a Alemania por un pastón. Brillante. Ah, coño, ahora entiendo lo de los recortes (a veces me cuesta).
Pero sigamos con nuestro Leonardo. En 1901, ya instalado en Madrid, pone en marcha el laboratorio de Mecánica Aplicada, que se llamaría más tarde de Automática, ese mismo año ingresa en la Academia de Ciencias y en 1920 en la RAE. Con esto quiero decir que reconocimiento en vida tuvo, aunque por aquel entonces, un país analfabeto ignoraba todo lo que no fuera el duelo entre Joselito y Belmonte. Ahora los cosas han cambiado mucho: no son toreros y se llaman Messi y Ronaldo. Cosas de la modernidad.