Alex murió en 2007, aunque yo conocí su historia hace unos días a través de una página web que les recomiendo que visiten, naukas.com. Pueden ir allí directamente a leer el caso pero a mí me apetece contarlo.
La vida de Alex estuvo siempre ligada a la de Irene Pepperberg, psicóloga en las universidades de Arizona, Harvard y Brandeis, y la persona que mejor le conocía. Junto a ella, Alex llegó a aprender unas 150 palabras. También diferenciaba objetos en función de su forma o su color y podía hacer sumas sencillas de menos de dos dígitos.
Así a simple vista no parece un genio, más si sabemos que cuando murió tenía 31 años de vida y había desarrollado, según Peppenberg, la inteligencia de un niño de 5 años y el nivel emocional de uno de 2.
Lo asombroso del asunto es que Alex tenía el cerebro del tamaño de una nuez. Era un loro.
Su nombre viene de las siglas en inglés de Avian Learning Experiment y empezó a trabajar con Irene cuando tenía un año de edad. Fueron 30 años de entrenamiento que no pararon de asombrar a la psicóloga animal Irene Peppenberg, su instructora, y a gran parte de la comunidad científica. Comunidad que, por otra parte (y haciendo honor a lo de científica) se muestra escéptica con los resultados publicados por Peppenberg.
Porque Alex no se limitó a aprender palabras y a repetirlas como una imitación. En el experimento de Alex las palabras no eran un fin que determinara la inteligencia para imitarlas; el lenguaje era, como en los humanos, una herramienta cognitiva.
Peppenberg quiso alejarse todo lo posible de un método de aprendizaje conductista en el que el loro reaccionara mecánicamente a un estímulo con una respuesta automática. Se variaban los días de entrenamiento, los horarios, el orden de las preguntas y hasta los entrenadores que le hacían las preguntas. Se siguió el “método rival” mediante el cual Alex intentaba ponerse al nivel de un contrincante humano; como en un concurso de la tele, vamos.
Si se le presentaba un objeto podía determinar su forma, su color y el material del que estaba hecho. Simplemente decía “”triángulo, “azul” y “madera”. Y se quedaba tan ancho. Luego no recibía automáticamente el premio, tenía que pedirlo: “quiero nuez”. Entonces conseguía la nuez.
Era capaz de utilizar acertadamente los conceptos igual, diferente o mayor que, y, por tanto, de hacer cosas que hasta el momento se pensaba que solo estaban al alcance de los primates. Y si los objetos eran idénticos –los experimentadores son puñeteros por definición– decía “ninguna” diferencia. A él no se la pegaban fácilmente.
Inventando palabras
Alex no se limitaba a repetir palabras aprendidas, las usaba para expresar ideas propias. “Quiero volver” decía cuando estaba cansado y quería volver a la jaula, o “quiero cosquillas”.
Incluso, agárrense, inventó palabras propias. Al principio no sabía pronunciar la palabra apple (manzana). Prueben a pronunciar la ‘p’ con un pico de loro y se les borrará esa sonrisa de superioridad. El caso es que cuando se le presentó una manzana roja, ante la imposibilidad de pronunciar el nombre que se le pretendía enseñar, él la rebautizó como banerry. ¿Por qué? Porque para él una manzana era la conjunción de banana y cherry (cereza). Abstracción y pensamiento creativo, fuera del alcance de algunos humanos que salen en el telediario.
También consiguió aprender a contar hasta 8 y hacer sencillas operaciones matemáticas, del tipo de sumar 3+4=7. En esos casos acertaba en 9 de cada 12 ocasiones.
La noche del 6 de septiembre de 2007, Irene dejó en la jaula a Alex tras la sesión diaria con su rutina de buenas noches habitual. Alex le dijo “Eres buena, te quiero”, “yo también te quiero”, le contestó Irene. Y luego Alex: “Te veré mañana”. Pero no fue así, cuando volvió Peppenberg al día siguiente Alex estaba muerto, presumiblemente de un ataque al corazón del que no se enteró. Murió en la mitad de su vida y con mucho potencial para seguir aprendiendo, según la investigadora.
Ahora le quedan Arthur y Griffin, compañeros de fatigas de Alex que siguen sus pasos. Sobre todo el segundo, que según parece apunta maneras. Porque una de las cosas que a mí particularmente más me ha llamado la atención de la historia de Alex es que, a pesar de todo lo explicado anteriormente, Alex, en principio, no tenía nada especial, era un loro gris africano común. Irene lo compró en una tienda de mascotas cuando tenía un año.
Genio y figura
Peppenberg ha publicado dos libros “The Alex Studies” , sobre el experimento, y “Alex and me”, en el que en un enfoque más sálvamedeluxe (pero sin sexo) se centra en su relación diaria con el loro. En él descubrimos la personalidad de Alex. Como todos los animales sociales, la jerarquía era algo importante para él, que se había dado cuenta de que allí era la estrella.
Alex siempre dejó claro a Arthur y Griffin que él era el que debía estar más cerca de Irene, porque era el veterano y el primero de la clase. Si uno de sus compañeros equivocaba un respuesta allí estaba Alex para gritarle “Say better” (“Dilo mejor”), tal como los entrenadores le decían a él cuando erraba. El repelente loro Vicente.
Pero no solo ejercía su tiranía ante sus congéneres. El bicho se había dado cuenta de que si lo decía correctamente, se le daba lo que pedía. Así que también a los ayudantes de Peppenberg los llevaba de cráneo: “quiero agua”, “quiero gimnasia”, “quiero nuez”, en plan estrella del rock. Los ‘esclavos de Alex’, se llamaban a sí mismos los becarios del experimento. Nuestro loro se había convertido en lo que los científicos de Harvard denominan el puto amo del laboratorio.
Resolviendo problemas al estilo Alex
Aunque la anécdota más jugosa que cuenta naukas.com sobre nuestro loro favorito es cuando Peppenberg repite un experimento que antes habían superado con éxito unos cuervos. El ave está posada en un palo y de éste se cuelga una cuerda con un premio al final de la misma. El cuervo tiene que resolver cómo llevarla hasta el pico, necesita un plan. Y lo resuelve a la primera: tirando de la cuerda con el pico y aguantándola con una pata va repitiendo la acción hasta que la comida está al alcance del pico. El primer loro de Irene hizo lo mismo, resolviendo también el problema a la primera.
Y tenemos a Alex, una cuerda y una nuez al final. Pero Alex vuelve a sorprenderla. Mira hacia abajo y ve la nuez, luego mira a Irene y le dice “Pick up nut” (“coge la nuez”). Ella le responde “No Alex, recoge tú la nuez”. El loro la vuelve a mirar y le grita más fuerte “¡Recoge la nuez!”.
Toma Irene, tú le enseñas a pensar y él te sale respondón. Casi puedo notar la decepción del pobre Alex: después de tantos años ¿era Irene tan estúpida que no entendía una orden tan sencilla? El caso es que fue imposible que Alex se bajara del burro y se limitó a repetir la orden a gritos. Un loro tan humano que una vez al mando cedía a otros el trabajo sucio. Seguro que pensaba: “¿tengo que hacerlo yo todo? cuánta incompetencia, my God”.
JA,JA, Muy bueno.
Me emociona comprobar que te has interesado por las habilidades cognitivas de un déspota «Yaco» (como son conocidos los populares loros grises en las tristes tiendas de mascotas).
En mis ya lejanas lecturas sobre «etología animal» recuerdo cómo me emocionaba con los avances intelectualoides de los primates no humanos (véase chimpanzés, bononos y gorilas). Sin embargo, cuánto más estaba dispuesto a dejarme seducir por el sabio primate éste se «estancaba» lastimosamente en «la edad de un niño de 5 -6 años». Eso me producía una extraña desazón y abatimiento un tanto frustantes.
Mira tú por dónde, ahora pienso si no será auténtica sabiduría la de estancarse en esa feliz etapa de la «infancia humana» tan ingenua ella, tan «simple» y visceral. Esa etapa de la vehemencia pura y dura y del despotismo del que tanto has aprendido admirando a Alex!!.
Los yacos, los chimpanzés y los delfines, entre otros bichejos, no alcanzarán nunca nuestras complejas elocubraciones mentales, pero intuyo que no les hace falta para nada y que, en su «simpleza animal», son bastante más felices que muchos humanos. Bienaventurados los simples porque de ellos también será el Reino de los C….. (Amén).
Miguel, muy bueno. No pienso como Victor sobre lo de la capacidad de ser feliz de los bichos, ya que para eso es necesario ser suficientemente consciente como para apreciarlo, pero quiero comentar algo, que creo que es de cajón. No hay discusión de que los riñones, higado o corazón de un loro son estructural y funcionalmente igual que los nuestros. Por tanto el cerebro loruno, perruno etc…incluso el de los políticos ha de ser funcionalmente parecido al nuestro. Estructuralmente está clarísimo: sopa de neuronas interconectadas.
Gracias Víctor y Pep por los comentarios. Igual sí es un acto de sabiduría estancarse en los 5 años, en lugar de en los 15, como solemos hacer todos, al menos los hombres.
Aunque, si dejamos el romanticismo y hablamos en serio, estoy de acuerdo con Pep en que parece que los animales no pueden apreciar esas cosas. Al menos de momento, porque pasito a pasito también parece que podemos ir conociendo mejor cómo funcionan sus cerebros y tal vez nos vayan dando más sorpresas a medida que profundicemos. Eso en los animales, los políticos (muchos, no todos) son un caso perdido y de lo de sus votantes ya ni hablamos.
Que tio, el loro!
Si no fuera porque me fostiarían, intentaría algún experimento similar con los ‘humanos’ con los que comparto sala de pesas.