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El Turco que venció a Napoleón

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10 de febrero de 1997, Nueva York, por primera vez una máquina gana una partida a un campeón del mundo de ajedrez. El campeón es Gary Kasparov y la máquina Deep Blue, una supercomputadora de IBM de 600 kilos de peso,  con 64 microprocesadores que le permiten analizar 200 millones de posiciones por segundo. El resultado final del encuentro es, sin embargo, favorable a Kasparov por 4 partidas a 2. Al año siguiente, a 6 partidas, ganó la máquina 3 y medio a 2 y medio. Aquello fue un acontecimiento mundial que creó gran expectación. Pero no era algo tan nuevo. Casi 200 años antes, en 1809, otra máquina, El Turco, se hacía famosa en el mundo al derrotar al mismísimo Napoleón Bonaparte.

El genio corso mordió el polvo en 24 jugadas. Lo siento, Sire,  je suis désolé. Lástima que no haya documento gráfico de la cara que se le debió quedar. La máquina era un autómata llamado El Turco, creada por Wolfgang von Kempelen, un inventor húngaro que la construyó en 1770 para entretenimiento de la emperatriz María Teresa de Austria. Su nombre se debe a que el autómata era un maniquí de tamaño natural, de barba oscura, atuendo turco y un gran turbante. En uno de sus brazos sostenía una pipa y el otro reposaba sobre un tablero de ajedrez.
La mesa sobre la que se apoyaba el tablero era de madera: 120 cm de largo, 75 cm de profundidad y unos 90 cm de alto. Se sostenía sobre unas ruedas, de tal manera que era de fácil transporte. Además, permitía que el público examinara el artefacto desde todos los ángulos ya que Kempelen, antes de las partidas, invitaba a los espectadores a inspeccionar la máquina. En el interior veían un complejo mecanismo compuesto de ruedas, piñones y engranajes en un lado, en el otro un sistema de palancas articuladas de bronce.

Wolfgang von Kempelen

Su primera partida, en el palacio de Schönbrunn, fue contra  el conde austríaco Ludwig von Cobenzl. El Turco salió con blancas y derrotó al conde en pocos movimientos. Fue una presentación espectacular, un trending topic en las cortes europeas de la época, que parece que al propio Kempelen pilló por sorpresa. El inventor húngaro estaba más interesado en otros proyectos y rehusaba seguir exhibiendo su jugador de ajedrez, incluso lo desmanteló.

El Turco European Tour

Pero no pudo detener el fenómeno, el show debe continuar.  En 1781, a petición del emperador José II volvió a montar al Turco y lo llevó a Viena para presentarlo al Gran Duque Pablo de Rusia y su esposa, gente con posibles. El Gran Duque también quedó hechizado por los penetrantes ojos azules del Turco y su habilidad ajedrecística y sugirió una gira europea a la que Kempelen no pudo negarse. Aunque lo correcto sería decir que era El Turco quien se llevaba a Kempelen de gira.
Fueron a Versalles y a París, donde perdió alguna partida, por ejemplo contra François Danican Philidor, pero ganó a otros muchos consumados jugadores de ajedrez, como Benjamín Franklin, embajador de los Estados Unidos en Francia por aquel entonces.
Luego Kempelen y El Turco viajaron a Londres y de allí a otras ciudades europeas. Todos querían observar el prodigio del hombre vencido por la máquina. Las teorías eran variadas: un niño, un mutilado de guerra e incluso seres sobrenaturales movían el artefacto. Otros pensaban que el operador estaba fuera, detrás del escenario o era el propio Kempelen el que movía el muñeco con hilos invisibles. También había quien explicaba el fenómeno por el magnetismo, que se empezaba a estudiar por entonces. Otros tantos lo atribuían simplemente a la magia de Kempelen, que le echaba bastante parafernalia a las partidas. Federico el Grande, rey de Prusia, también se maravilló con el artefacto y pagó una fortuna a Kempelen para que le revelara un secreto que guardó para si.

Muere Kempelen y El Turco resucita

Después de eso Kempelen olvidó al autómata para dedicarse a otros inventos de más calado (por ejemplo una máquina parlante). Al Turco lo cubrió el polvo de los años. En 1804 muere Kempelen y  el autómata pasa a manos de  Johann Mazel, gran aficionado a los ingenios mecánicos e inventor, entre otros artefactos, del metrónomo.
Con Mazel, El Turco vuelve a los caminos. Viaja a París y gana a Napoleón en 1809. En 1811, tras ser derrotado por el autómata,  Eugène de Beauharnais, hijastro de Napoleón, lo compró por 30.000 francos. Cosas de nuevos ricos. Cuatro años más tarde Mazel lo recompra, prometiendo pagar con sus futuras ganancias por las exhibiciones. Beauharnais muere sin recibir el dinero pero sus herederos lo reclaman así que Mazel, que no lo tiene, y El Turco  hacen otra vez las maletas. Esta vez con un poco de prisa.  Cruzan el charco y realizan una tournée por Nueva York, Boston, Filadelfia y otras ciudades, asombrando al Nuevo Mundo. De ahí otra vez a Europa y luego, salto de nuevo, a Canadá.

El truco sale a la luz

Lo que era un rumor en todas las cortes europeas se hace público: un ex-operador de la máquina, Jacques Mouret, vende el secreto a una revista francesa, que publica un extenso artículo explicando el funcionamiento de la máquina. Mouret declara que un hombre de talla normal podía esconderse dentro de la máquina y mover las fichas. Un sistema de imanes hacía que el jugador oculto conociera la posición de las piezas y él activaba mediante palancas el brazo del muñeco para mover las propias. El truco estaba en que un juego de espejos hacía parecer que el mecanismo de ruedas dentadas y palancas ocupaba toda la mesa, cuando no era así, quedaba bastante espacio en un doble fondo. Puro ilusionismo.

Tras hacerse público el misterio, la cotización del juguete cayó a ‘bono basura’ y éste acabó en el Museo Chino de Filadelfia (¿junto al gato que mueve el brazo?) donde estuvo olvidado hasta que un incendio en 1854 lo hizo cenizas. Tenía 85 años de edad cuando murió. Tras su desaparición, el hijo del último propietario explicó cómo funcionaba en la revista de ajedrez The Chess Monthly, en 1857. Según él, al menos 15 jugadores de ajedrez habían sido la verdaderas cabezas pensantes tras el turbante del falso autómata.

Desmontado el fraude, habrá que esperar hasta 1912 para conocer a una máquina de verdad que juegue al ajedrez: El Autómata Ajedrecista, invento del español Leonardo Torres Quevedo y verdadero antepasado de Deep Blue.
Relacionando la historia de El Turco con estos días se me ocurre lo indefensos que hemos estado siempre ante magos que, usando engranajes y juegos de espejos o de palabras, mueven muñecos que nos engañan ante nuestros ojos crédulos. La complejidad de los engranajes era clave para disimular una realidad mucho más simple: alguien oculto movía las piezas, no el maniquí que se nos mostraba. También pienso que tal vez el ilusionismo debería ser una asignatura en las escuelas; al menos estaríamos más avisados.

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2 comentarios sobre “El Turco que venció a Napoleón”

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