errores forenses,errores judiciales, Keith Harward ,

Keith Harward y la ciencia forense

Tiempo lectura: 6 Tiempo lectura: 6

 

Todos necesitamos certezas. Por estos pagos, tras siglos de depositar nuestras certezas en “dios y la verdadera religión”, la mayoría hemos decidido confiarlas a la ciencia. Así se convierte a La Ciencia en algo que no es: una prueba de verdad absoluta. Y eso también puede ser peligroso ya que las verdades científicas siempre son relativas.
No se espanten, no voy a hablar de paraciencias, debate de moda en Internet. En realidad quiero contar la historia de Keith Allen Harward, un crimen, una violación y la ciencia forense.


En marzo de 1983, Keith Allen Harward tenía 27 años y había sido dado de baja de la marina de los Estados Unidos. Se alojaba en casa de sus padres tras haber pasado por los juzgados a causa de una pelea violenta con Gladys Bates, su novia en aquel tiempo. En la pelea, quédense con el detalle, Keith mordió a Gladys.

Keith Harward con su novia, Gladys Bates.

La cosa empezaba a ir mal para Keith. Y empeoró, antes de acabar el mes la policía se presentó en casa de su padres y lo arrestó, acusado de violación y asesinato. Nada menos. El juicio posterior confirmó los hechos y lo condenó a cadena perpetua. Se libró del corredor de la muerte por los pelos.

Los hechos

El juicio consideró probado que Keith Allen Harward había asesinado a Jesse Perron y violado a su mujer, Teresa. A continuación, los hechos.
La noche del 14 de septiembre de 1982, Harward salió del portaaviones USS Carl Vinson, donde cumplía servicio como marinero. El barco estaba atracado en el astillero de Newport News, Virginia. Cerca del lugar vía el matrimonio Perron con sus tres hijos pequeños en una casa unifamiliar de dos plantas.
Sobre la una y media de la madrugada Keith irrumpió en la casa, mientras el matrimonio dormía plácidamente en el segundo piso, y golpeó repetidamente a Jesse con una barra de hierro, dejándolo moribundo.
Su mujer se despertó sobresaltada, pero apenas le dio tiempo de nada. Harward le puso un pañal sobre la cara y le amenazó con dañar a sus hijos, que dormían en otra habitación, si se resistía. Luego la violó. Después obligó a Teresa a bajar al piso inferior, en silencio. Se tomó un refresco y la volvió a violar.
Durante las violaciones le mordió en las piernas, dejándole las marcas. Un hecho que condicionó tanto la investigación que llegó a conocerse el asunto como “el caso de la mordida” (Bite-mark case).

La investigación

Eran las cinco de la mañana cuando Harward se fue y Teresa Perron llamó a la policía. Con su marido ya muerto, los agentes fotografiaron las marcas de las mordeduras y sacaron ADN de la saliva, así como varias muestras de semen. Con la casa permanentemente a oscuras,  la mujer no había podido ver muy bien a su agresor, aunque sí pudo identificar a un hombre joven, de unos 20 años, con “cara de niño” bien afeitada y con uniforme de la marina.

Keith en su vida anterior, con uniforme de la marina.

Con esas pistas se inició la investigación, que incluyó pruebas dentales a más de mil marineros del USS Carl Vinson –entre ellos, Harward– que no dieron resultados concluyentes. A pesar de eso Harward era ya una ‘persona de interés’ en la investigación. La policía preparó un encuentro discreto, a espaldas de Harward, entre ambos, en el que la señora Perron no logró un reconocimiento positivo.
Pero el cerco se estrechaba. Un guardia  del astillero, sometido a hipnosis, reconoció a Harward en unas fotos policiales tomadas por las cámaras de seguridad del recinto que mostraban a un marinero con rastros de sangre en su uniforme entrando en los astilleros la mañana siguiente a la violación y asesinato.

La huella dental no falla

La policía lo tenía claro e intentó que él confesara, aunque Harward lo negaba. La víctima tampoco lo había podido identificar con seguridad. Solo tenían algunas pruebas circunstanciales y la declaración del guarda de seguridad.
Pero tenían una carta ganadora, la ciencia. Dos odontólogos forenses, los doctores Alvin Kagey y Lowell J. Levine, lo dejaron bien claro. Uno de ellos certificó, “con razonable certeza científica” que fueron los dientes de Harward los que mordieron a la Sra Perron; el otro, que no era posible que esas ‘huellas dentales’ fueran de ningún otro. Una prueba definitiva. Adjudicado y visto para sentencia condenatoria.
Podría haber ido al corredor de la muerte, pero le dieron la perpetua. En 1985 fue juzgado de nuevo y se confirmó la perpetua. Él seguía defendiendo su inocencia aunque ya se sabe que en la cárcel todos son inocentes. Él mordió a aquella mujer, había quedo probado, así que merecía pudrirse en la cárcel por un delito atroz.
La verdad es que Keith ha pasado 33 años en la cárcel por algo que no hizo.
Hace tres años, el Proyecto Inocencia se involucró en su caso. Sus nuevos abogados presionaron para que se hicieran pruebas de ADN. Ni rastro del perfil genético de Harward en la escena del crimen. El ADN era de un tal Jerry L Crotty, un marinero compañero de Keith en el mismo portaaviones que había muerto en prisión en junio de 2006, donde cumplía condena por secuestro.
La ciencia forense que le había condenado ahora lo libraba de la cárcel. Claro que después de pasarse 33 años entre rejas por un delito que no había cometido. Treinta y tres. Salió en 2016, con 60 años. Media vida de un inocente en prisión. No quiero ni imaginar cómo se puede procesar eso, cómo se convive con esa injusticia durante más de treinta años. La ciencia avanza, pero deja víctimas en sus cunetas.
Cuando Harward salió de la cárcel, intentado vivir una vida a medias, hacía ya tiempo que las mordeduras estaban siendo relegadas en los juicios. En 2013, una artículo de Associated Press habas investigado condenas basadas en huellas dentales desde el año 2000. Encontró que durante ese periodo 24 hombres acusados de asesinato o violación por sus ‘huellas dentales’ habían sido exonerados posteriormente.

La gente miente, las pruebas no 

La serie CSI y otras películas nos presentan las pruebas forenses como la solución fácil y definitiva. Su protagonista, Gil Grissom, un científico de los pies a la cabeza, tenia una máxima: la gente miente, las pruebas no. Pero CSI tiene que ver más con las necesidades de la ficción y el espectáculo que con la vida real. Aunque no solo es eso. Grisson nos tranquiliza, elimina nuestras dudas. La ciencia nos da certeza, un valor máximo y nos quita el problema de tener que decidir por nosotros mismos. Pero al final siempre hay tramos de las pruebas que son interpretables y gente que interpreta lo que haga falta.

Keith Harward a la salida de la cárcel.

De la historia de Harward se puede concluir que fue la ciencia del ADN la que lo salvó. Ahora el ADN es la verdad, la nueva fe verdadera.  Pero hace un tiempo lo eran las huellas de un mordisco.
Además, también hay fallos con el ADN, por transferencias o errores en la custodia de las pruebas.
Quizás el problema no es de la ciencia, que con sus fallos es lo mejor que tenemos. Quizás es que convertimos a la ciencia en algo que no es: la poseedora de la verdad absoluta cuando sus verdades son, por definición, provisionales. Puede ayudarnos mucho a la hora de impartir justicia, pero en esos casos mirémosla siempre con escepticismo. Sobre todo si la vida de una persona depende de ello.

Bonus track, el caso Mayfield

No solo las mordeduras cometen fallos imperdonables en la ciencia forense. Hay otras pruebas que también hay que coger con pinzas. O al menos no confiar tan ciegamente en ellas. Por ejemplo, las huellas dactilares.
La historia de Brandon Mayfield tal vez les suene a los lectores españoles, ya que está relacionada con los terribles atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Las bombas en los trenes, ya sabéis.
Ese mismo día, con todo el país en estado de shock, la policía comienza a trabajar contrarreloj y encuentra en Alcalá de Henares una furgoneta Renault Kangoo usada por los autores de la masacre. De ella se pudo extraer un montón de huellas de los implicados, entre ellas una misteriosa correspondiente a un pulgar de la mano derecha.
La policial española pidió ayuda a la Interpol y el 2 de abril el FBI encontró al culpable: Brandon Mayfield, un abogado estadounidense.
En realidad los expertos americanos habían encontrado 18 posibles coincidencias, pero las habían depurado hasta llegar a Mayfield como máximo sospechoso. El abogado no tenía vínculos directos con islamistas radicales pero sí la “mala suerte” de estar casado con una mujer egipcia y haberse convertido al Islam. Y otros vínculos también muy indirectos.
El hecho de que Mayfield nunca hubiera estado en España y que llevara 12 años sin salir de Estados Unidos no detuvo al FBI. Ellos disponían de un sistema informático con el que a partir de un pequeño trozo de impresión podían reconstruir de forma fiable toda la huella. Maravillas de la informática. Ciencia. El resto de incongruencias se resolverían con el tiempo.
De momento, el 8 de mayo a Mayfiled le aplicaron la Patriot Act: lo retuvieron en un lugar desconocido sin poder contactar con la familia ni que ésta supiera dónde estaba y sin informar al detenido de cuáles eran sus cargos.
Hasta que la policía española, que no acaba de fiarse de los procedimientos estadounidenses, encontró al verdadero dueño de la huella, un argelino llamado Ouhnane Daoud. Y el FBI no tuvo más remedio que rectificar, liberar y posteriormente indemnizar a Brandon Mayfield, que al final estuvo con el susto solo 17 días. También tuvo que revisar sus procedimientos de identificación de huellas. Otra ciencia que falla.
Evidentemente no es comparable la historia de Harward con la de Mayfield, pero ¿qué hubiera pasado si en el segundo caso la policía española hubiera dado por bueno el informe estadounidense?

3 comentarios sobre “Keith Harward y la ciencia forense”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.