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El vídeo del PP

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Algo tiene que hacer el PP, y ha hecho un vídeo. Puestos a hacer algo fresco, hubiera sido más rompedor haberle dado a Fátima Báñez un móvil para que grabara a su aire, o inventarse una historia de metraje encontrado. Yo lo hubiera preferido, aunque reconozco que sus presuntos votantes tal vez no tanto.

De entrada aparece la imagen de una mesa y un rótulo que reza “Madrid, enero de 2015”. No se si para situarnos a nosotros o a ellos mismos. Y desde el comienzo todo tiene un aire un poco irreal, como que hay cosas que no encajan. De entrada abre con un audio de ambiente de bar… en una sala privada con solo cinco personas: Rajoy, Cospedal, Arenas, Floriano y González Pons. ¿De quién son los murmullos? Inquietante.

Como todos sabemos, el inicio marca el acento de la narración, que seguirá en un tono irreal con cosas como “pagando menos intereses se pueden prestar más servicios sociales. Eso los ciudadanos no lo saben y hay que contarlo mucho” o algo confuso de Floriano sobre la piel que es tan lírico que se me escapa. O ese otro momento en el que González Pons busca la empatía ante el sacrificio que supone su labor, llegando al alma del espectador sensible, probablemente en forma de ira.

El vídeo acaba con una voz en off mientras nuestros protagonistas siguen hablando animadamente de sus ideas y proyectos, aunque yo sospecho que al final mueven la boca sin decir nada, como auténticos profesionales.

Paréntesis: queridos expertos en marketing, lo de no saber comunicar y que queda mucho por hacer es como el amén de la misa, una letanía que de tan gastada no significa absolutamente nada. Cierro paréntesis.

Dicho esto, hay que reconocer que el vídeo tiene una factura impecable, lo que, como bien sabe el juez Ruz, en este partido más que raro es casi revolucionario. Muy bien filmado, muy pulcro (muchos vasos y tazas, ni un solo posavasos, ni una sola marca en la mesa) y con una luz impecable. Lo que me recuerda a la cita que se atribuye a Bernard Shaw cuando descubrió los letreros de neón de Broadway: “debe ser precioso si no sabes leer”.

Porque, además, su estreno coincide con el informe de la Fiscalía Anticorrupción que acusa al PP de haberse financiado ilegalmente durante 15 años. Lo pones de nuevo con ese filtro y empiezas a tener una fuerte sensación de déjà vu extraño, de que esta peli ya la has visto pero mejor, más auténtica.

Entonces echas en falta sobre la mesa algunos sobres, algunos fajos de billetes junto a una botella de whisky, un señor con traje y cartuchera sobaquera de pie junto a la puerta. Y te parece que la escena tiene demasiada luz, y te acuerdas de Gordon Willis y Coppola y esa maravilla de penumbras y sombras que retrataron los despachos del poder como nunca se ha hecho. A medida que comienzas a recomponer el original empieza a sonar en tu cabeza Nino Rota y poco a poco las figuras de nuestros próceres se transforman en las de Tom Hagen, Clemenza, Tessio, y los hermanos Sonny y Michael Corleone. Es entonces cuando todo encaja.

Nino Rota – Waltz (BSO _El Padrino_)(240p_H.264-AAC)

La Navidad de 1914

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Hace más de cien años, la Navidad de 1914 en Europa, y más concretamente en los campos de Bélgica, fue muy diferente. Ese verano había empezado la Primera Guerra Mundial y los hombres se mataban con saña en el barro.

Pero era Nochebuena y el Káiser quiso tener un detalle con sus chicos, que recibieron abetos para decorar y, más importante, raciones extras de pan, salchichas y alcohol. El frente estaba en calma y la cosa empezó a animarse, los alemanes se arrancaron con Stille Nacht (Noche de Paz) el villancico austríaco compuesto un siglo antes y ahora universal.

Al otro lado, tras la sorpresa inicial, los británicos  se sumaron a la fiesta, contraatacando con sus villancicos. Y luego se volvió todo un poco loco, en el buen sentido. Unos alemanes se armaron de banderas blancas y se lanzaron a la tierra de nadie: “¿Hey Tommy, quieres unas salchichas?”; “OK Fritz, te las cambio por chocolate” contestaron los ingleses.

Y allí se juntaron, estrecharon sus manos, intercambiaron comida y compartieron bebida y tabaco. La mayoría no se entendía pero todos decían lo mismo porque eran iguales, más iguales que nadie en el mundo en ese momento.

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En Gaza las víctimas son culpables

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“La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. 
1984 (George Orwell)

 

La gente, ese concepto tan abstracto cuando no incluye a tu hermana, tu cuñado y tus dos sobrinos pequeños, sigue muriendo en Gaza. Muere desde hace muchos años y, aunque no lo parezcan, son siempre los mismos. Bueno, en realidad sí que nos parecen siempre los mismos ¿verdad?

Son morenitos de piel, pero no del mismo moreno que pasea sus rolex por Marbella, Dubai o donde quiera que vayan ahora esos ciudadanos del mundo. A esos, que se juntan con reyes o presidentes de todo pelaje, tanto les da un país o una nación sin estado, su única patria es Suiza. Su moreno no es de playa sino de yate, y la diferencia se nota. A la playa no van, que ahora caen bombas porque la situación es muy compleja. Tanto que a usted, una persona de inteligencia media-alta, le cuesta entender que quien ha matado a esos niños en la playa no ha sido el que ha tirado la bomba. Ni mucho menos. Pero para eso está la prensa, para explicarlo. Y si no lo acabamos de entender, al menos lo sentiremos así: esa es la clave.

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Tratado Transatlántico, atado y bien atado

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Mientras nos distraemos con la última ocurrencia sin sustancia de la campaña de las elecciones europeas, las corrientes subterráneas siguen fluyendo, la revolución neocon no se detiene. Una sola frase del tecnócrata digital Draghi vale más que mil discursos vacíos de quienes nos piden el voto, por nuestro bien. Hastiados y anestesiados por la cháchara intrascendente de la campaña electoral y el sálvame político de marhuendas de uno y otro signo, el ruido impide escuchar lo que importa. Pocos son los friquis que dedican un tiempo a leer la web de ATTAC, por ejemplo. Allí podrían enterarse de lo que las élites están cocinando para el futuro de Europa: la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones (Transatlantic Trade and Investment PartnershipTTIP).

Sus valedores, entre los que está ese trueno de Javier Solana, alegan a su favor que es la manera de defenderse de la creciente influencia de las nuevas potencias como China, principalmente. Estados Unidos y Europa deben unirse para defender sus intereses comerciales en el mundo ante los nuevos bárbaros. Y en esas están la Comisión Europea y el Departamento de Comercio de EE.UU. defendiendo la democracia a brazo partido. La Comisión Europea dice que provocará la creación de 400.000 empleos, Obama habló de millones de puestos de trabajo. Un nuevo hito para el progreso y nuestro bienestar.

¿Será por eso que todas las conversaciones se llevan en secreto?

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Fordlandia, una ciudad en ruinas

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Siempre me han fascinado las historias de megalomanías fracasadas. No por el goce morboso sino porque nos pone en nuestro sitio. En su momento hablé de Prípiat, “la ciudad del futuro”, una fantasía del paraíso socialista achicharrada súbitamente por la radioactividad. En el post la confrontaba con Detroit, una ciudad moribunda, un final más acorde con la fantasía capitalista. Y la ciudad de los coches me llevó, maravilla de Internet, a Fordlandia.

Podríamos decir que Fordlandia se encuentra en el punto más elevado de la soberbia de Henry Ford, pero para ser más exacto y menos pedante, en realidad se ubica en el Amazonas brasileño, a orillas del río Tapajós. O sea, en medio de la selva, entre Santarem y Belem.

La ciudad se construyó de la nada en 1930 en lo que no dejaba de ser una versión más de la típica colonia industrial del siglo XIX pero sin tanta clase como la Güell. Aquello era más bien como las Little boxes que cantaba Pete Seeger, puro american way of life.

Para Ford era tan importante la producción como su deseo de jugar a ingeniero social creando su sociedad ideal, su paraíso capitalista.
Pero al gigante de la industria esto le salió mal.  Aquella aventura acabó 16 años después con 20 millones de dólares gastados y una ciudad fantasma.

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Claudette Colvin, la otra

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Si una ley es injusta, es lícito no acatarla
Henry David Thoreau

Mientras más obedecíamos, peor nos trataban
Rosa Parks

Si hablamos de desobediencia civil, de desobedecer leyes injustas, no solemos acordarnos de Claudette Colvin, su nombre no nos dice nada.

En seguida nos vienen a la mente Mandela o las sufragistas inglesas, unas señoras muy desobedientes que consiguieron el voto para la mujer.  Y, sobre todo, Rosa Parks, la costurera que en diciembre de 1955 se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco, tal como marcaban las leyes de Alabama. Parks, pasó la noche en el calabozo y pagó una multa de 14 dólares, pero a la vez fue un símbolo para el inicio del movimiento en favor de los derechos civiles y el fin de la segregación racial en Estados Unidos. Eso es lo que consiguió Rosa al no obedecer una ley injusta.

Pero, como sugería al principio,  no quiero hablar de Parks, que ya la conocemos. De quien quiero hablar hoy es de Claudette Colvin. La otra.

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