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Cruzarse de brazos. La historia de August Landmesser

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Muchas veces los actos más heroicos son los gestos más simples. Como cruzarse de brazos. Todo depende del contexto, de lo que hagan los demás. A veces decir no o mantenerse quieto, con los brazos cruzados, es lo más difícil. Que se lo digan a August Landmesser.

Observen la fotografía tomada en los astilleros Blohm und Voss de Hamburgo el 12 de junio de 1936. Ese día se procedía a la botadura del barco escuela Horst Wessel y el propio Adolf  Hitler  había venido a presidir el acto. Al paso del Führer todos los trabajadores levantan el brazo, como está mandado.

Bueno, no todos.  Uno de ellos, solo uno, se cruza de brazos y le niega el saludo al dictador. Un hombre anónimo que en ese momento pasaba  a la historia como el hombre de los brazos cruzados.

Aquel gesto, tan sencillo como heroico, era el acto de protesta de un hombre común que tenía problemas con el régimen nazi por algo tan común como enamorarse y casarse. Sí, como lo leen.

El valeroso ejemplo de resistencia –o de puro cabreo, que igual no es lo mismo pero se parece– pasó desapercibido en ese momento, aunque años más tarde los aliados lanzaron la foto desde el aire para alentar a otros alemanes a sublevarse. En ese momento su identidad aún se desconocía.

Su nombre, efectivamente, era August Landmesser y su problema con los nazis era que matrimonio en abril de 1935 con Irma Eckler no era válido para las autoridades y, por tanto, su dos hijas, Ingrid e Irene, eran “una deshonra para el orden social de la raza aria”. Irma tenía ascendencia judía.

August Landmesser contra la ley

Lo decían las Leyes de Núremberg, uno de tantos recordatorios para aquellos fanáticos del respeto a la ley, diga lo que ésta diga. Su batalla legal August la perdió en 1938, cuando la Gestapo lo apresó y lo condenó a dos años y medio de trabajos forzados por tener relaciones extraconyugales con una mujer judía. Nótese la fina ironía nazi: no te dejan casarte con ella y luego te castigan por tener relaciones fuera del matrimonio.

De esa manera August era una deshonra para  “la sangre y el honor alemán. Ya nunca volverá a reunirse con su familia. Al salir del campo de concentración su rastro se vuelve borroso. En 1941 es obligado a alistarse en un batallón disciplinario y a finales de ese año su rastro se pierde definitivamente. Se cree que murió en acción de guerra en algún lugar de Yugoslavia.

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Su mujer también es condenada, separada de sus hijas y asesinada  en enero de 1942, en el tristemente famoso campo femenino de Ravensbrück.

Las niñas fueron criadas en un orfanato y es una de ellas, Irene, quien en 1996 encuentra de manera casual la fotografía en un periódico antiguo e identifica a su padre. A partir de ese momento el rostro de la dignidad ya tiene nombre. Quédense con él, lo merece: August Landmesser.

La fotografía se encuentra en el centro de documentación “Topografía del terror” ubicado en lo que habían sido las oficinas centrales de la Gestapo y la SS en Berlín.

Así que la foto que aún hoy día eriza el vello y oprime la garganta tiene un significado aún más profundo cuando se conoce la historia del protagonista.august landmesser, brazos cruzadosLandmesser no era un revolucionario y es posible que ni siquiera le interesara eso que algunos llaman la política. No era como Georg Elser, el carpintero comunista horrorizado ante el presente y el futuro de Alemania que le puso una bomba fallida a Hitler en Munich en 1939.

Landmesser era uno más. Un hombre que en 1931 se había afiliado al partido nazi para poder conseguir un empleo y que luego lucha contra un régimen que no le permitía casarse y formar una familia con la persona que había elegido. Una unión contranatura ¿les suena?

Probablemente todo lo que quería era una vida sencilla. August era del montón y lo siguió siendo, un preso más y un muerto cualquiera en alguna cuneta olvidada de Europa. Pero gracias a un fotógrafo anónimo August se convierte en un hombre común que realiza un acto extraordinario.

Un ejemplo que sigue vivo para recordarnos lo que es la dignidad y el coraje de mantener tus propias convicciones en medio de la tormenta. Y para ello «solo» tuvo que quedarse de brazos cruzados.

 

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