En los anuncios el helado es puré de patata. Cuando me enteré, hace muchos años (ahora tal vez usan otra cosa), fue uno de esos momentos en los que notas que maduras de un salto. Nuestros sentidos nos engañan. Eso lo saben los científicos, los artistas, los filósofos y los magos. Pero necesitamos tierra sobre la que caminar y no podemos estar todo el día y todos los días preguntando a la razón; necesitamos confiar en lo que vemos, oímos y tocamos.
Nunca hemos tenido tantos medios técnicos para acercarnos a la verdad. Pero esos mismos medios multiplican las posibilidades de ocultarla o disfrazarla. Corremos, algunos, hacia una meta que se aleja de nosotros a la misma velocidad. O tal vez más rápido, como cuando intentas salir de las arenas movedizas y te hundes más a cada paso.
Esta intensa introducción en plan listocongafas me ha venido al recordar noticias de días pasados sobre las marcas blancas de algunos hipermercados y relacionarlas con la Consti que celebramos estos días. La conclusión es clara, tenemos una democracia marca blanca. No se llama Hacendado sino “Santa Transición”.
A través de Economía digital me entero de que algunas cadenas de supermercados venden, con sus marcas blancas, productos que dicen ser lo que no son. Bueno, no exactamente, porque eso sería un delito. El truco está en etiquetar en portada a cinco columnas algo que luego se desmiente en un pequeño recuadro en páginas interiores. Así venden guacamole con solo 0,7% de aguacate o salsa de queso con un 9% de queso. En honor a la verdad al último no le llaman salsa de queso sino “salsa con preparado de queso”. Hay más ejemplos: caldo de pollo con menos del 1% de pollo, o pechuga de pavo con 50% de pavo. Aunque el caso más gracioso es el de su superproducción “Pato a la naranja”, el plato preparado que atragantó a Spielberg, que no lleva pato sino pavo. Una simple letra no va a marcar la diferencia y siempre podremos echarle la culpa al tipógrafo.
Todo es legal, la información de estos minúsculos porcentajes aparece en el propio producto, solo tienes que fijarte bien, leer la letra tamaño preferentes bancarias y decidir sin dejarte seducir por el marketing.
En España durante años los productos “Santa Transición” se vendieron muy bien. Con tanta hambre atrasada sabían a democracia y tampoco teníamos mucho con lo que comparar. Solo cuatro gatos se fijaban en la lista de ingredientes y los medios se encargaban de hacer un empaquetado (perdón, packaging, para que me entiendan) de vivos colores.
Nos dejan votar, esa es la etiqueta grande. Así nos vamos tan ufanos a casa con nuestro 2×1 en democracia, y como hemos perdido el paladar (resto de Europa) o nunca lo tuvimos (España) nos sentamos tan contentos a ver la tele convencidos de que estamos comiendo un manjar de ricos al precio de una simple papeleta electoral.
Pero la revolución neocon que vivimos decidió que para ser competitivos debíamos rebajar algunos ingredientes esenciales como lo de ‘estado social y democrático de derecho’, que viene en la primera página de la Consti. Los grandes medios todavía nos siguen vendiendo una democracia con un 44% de votos, que no está mal. El problema es que esos votos contienen, así a ojo, solo un 1,5% de promesas electorales, que debería ser su ingrediente principal. El resto de ingredientes democráticos apenas aparecen entre colorantes, estabilizantes y sabrosantes. Así a ojo, transparencia, soberanía, igualdad jurídica, fiscalidad progresiva, división de poderes, sanidad pública y universal o pluralidad informativa (podría seguir toda la noche) no llegan ni al 2% de la receta. Y bajando. Sobre el control público de la economía ya ni hablamos, ese ingrediente (véase Constitución española de 1978, art 128) nunca estuvo allí, como el pato del Carrefour.
Por el bien de los mercados hemos pasado a consumir un ‘preparado de democracia’ que no huele muy bien y que ya ni se molestan en presentar de manera atractiva. Hay gente que se traga lo que le echen y sin rechistar pero otros muchos, desde que ven a Chicote y al chef Ramsey, están pensando seriamente devolver el plato a cocina, está rancio y correoso.
Nos preocupamos de la calidad del sistema y de su idoneidad cuando vienen mal dadas. Es tan diluida la democracia hoy como hace ocho años, cuando las vacas gordas. Engordadas de clembuterol, que no de buen pasto, pero gordas a la postre. De la misma forma que pasó eso de que «Franco se murió en la cama» porque se iba tirando y todos curraban y podían comprar un 600.
Tienes razón, mientras van las cosas bien para la mayoría solo unos cuantos, que haberlos haylos, se preocupan por los fallos del sistema y por los excluídos del mismo, que también haberlos haylos, siempre.
Pero cuando el sistema ya no sirve para la mayoría la sensibilidad aumenta y cosas como el indulto a mossos torturadores se llevan peor.
Además es que, creo yo, ya no se trata de fallos en el sistema. A mi modo de ver es una auténtica revolución liberal que lo está cambiando de arriba a abajo, eliminando todos los contrapesos, redes de seguridad y elementos igualadores que parecían consensuados y que habían formado a las democracias europeas tras la guerra mundial. La destrucción de la sanidad pública, un auténtico logro social que funcionaba, para repartirla entre unos cuantos es quizás el caso más claro. Se están repartiendo el botín apropiándose de lo que es de todos; es difícil callar ante eso.
La muerte de Franco en la cama representa muy bien la historia de España respecto a sus malos gobernantes.